AMIGOS

Todos hemos tenido alguna vez una amiga o un amigo muy preciado, ¿verdad? Hay quienes lo mantienen con los años... y quienes acaban teniéndolo sólo en el recuerdo. Cuando eres joven y encuentras una persona afín a tus gustos y a tu personalidad la conviertes en tu mejor amig@. Quedáis a todas horas, reís, lloráis, dormís juntos los fines de semana. Coméis y vais de aventuras. Con el paso del tiempo, ese amigo que crees que es igual a ti, empieza a cambiar, a distanciarse. A veces, eres tú quien lo hace. No os dais cuenta, pero cuando estáis juntos, os aburrís, discutís por tonterías y fingís que todo va bien, que seguís en la línea. 

Hubo una vez alguien que me dijo que la amistad no existía, sino que era una palabra tabú de paciencia y de miedo. De miedo a la soledad, de estar sólo, de no poder refugiarte en los brazos de alguien próximo a tu edad. Y de paciencia, de aguante de las cosas que ves que hace y que, a su vez, odias. Cierto que los amigos los escoges tú, pero... ¿cómo? 

Siempre cometemos el error de querer encontrar rápidamente a esa personita, a ese clon tuyo que crees perdido por el mundo. Todos, en la época del instituto, con 15/16 años, deseamos pensar que la chica o el chico que tenemos al lado, que imaginamos perfecto, va a estar a nuestro lado para siempre, en lo bueno y en lo malo, en toda adversidad. Pero luego, cuanto más pasan los años, vemos realmente lo opuesto. Vemos cómo esa persona crece al mismo tiempo que tú, pero por un camino que jamás creíste que existía. Dependiendo de la persona, el giro argumental de esa amistad cambia para bien o para mal. 

Algunas perduran un tiempo y van apagándose hasta que, cuando la ves por la calle, no la saludas porque no recuerdas esos momentos tan maravillosos que pasasteis, esas promesas que intentabais cumplir a toda costa pero que, con el paso de los días, fue perdiéndose entro otras nuevas. Luego, para más ánimo, hay otras amistades que, aunque se distancian por el cambio de vida, se siguen viendo, hablando, compartiendo momentos más cortos pero igual de maravillosos. Y, por desgracia, también están las amistades que recuerdas bonitas pero que murieron de golpe, con malas palabras. Esas, en mi opinión, son las que más se dan. Las más odiadas y, no obstante, las más recordadas.